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  • Teatro cubano
    Núm. 17 (2025)

    De puntillas, como para no romper la ilusión escénica, los upsalonianos se asoman detrás del telón para enterarse de qué está pasando en la escena cubana de hoy. De pronto, ¡desastre!, la tela roja se rompe y cae… o desaparece… o acaso nunca estuvo ahí… Y la escenografía se mueve y los actores entran y salen, algunos como desmayados, otros como muertos (esperemos que ni desmayados ni muertos). Y allá se descubre una dama decimonónica de melancólico aire romántico. Y junto a ella, contorsionadas mujeres gritan un incesante ¡animáculos!, ¡animáculos! Y más allá se siente otro grito que parece ser de Jazz Vilá: ¡Caballero, pero qué cosa es esto!
    Los upsalonianos, aturdidos y extasiados, intentan concentrarse entre semejante barullo. Bajan a la platea, para escribir sobre las butacas los artículos que al dorso de guiones nos dejaron para este número. Precavidos, piden a sus desocupados lectores que los acompañen, que el espíritu lúdico teatral contamine sus visitas y que, como nosotros, vean en estas páginas, más que una muestra de visiones definitivas y totalizadoras, un convite a hablar del teatro nuestro.

  • Lo incompleto
    Núm. 15 (2018)

    Para una revista con una historia tan fragmentaria y azarosa como Upsalón, era simple cuestión de tiempo dedicar un número a lo fragmentario y lo azaroso. Más específicamente, a las obras artísticas y literarias que han sabido explotar sus grietas y faltantes, convertir lo que pareciera una desventaja en un estimulante nuevo modo expresivo, tal como Upsalón lo ha hecho desde el 2004 hasta hoy. Los numerosos cambios de estructura, temática, enfoque o diseño, más visibles a causa de los largos espacios de tiempo que suelen transcurrir entre un número y otro, son acaso la mayor fortaleza de la revista, que sabe adaptarse a cada época y huir de la comodidad de las rutinas literarias. A nuestra revista, es decir, a nuestros sucesivos editores, nunca llegó la comodidad, así que hemos optado por renegar de ella y celebrar la aventura indudable que resulta cada año intentar imponer contra viento y marea nuestros gustos artísticos y literarios sobre el gusto de los demás. Si un lector del futuro quisiera conocer qué se leía en la Facultad de Artes y Letras en tal año, le recomendamos consultar el número de Upsalón correspondiente, como el arqueólogo que vislumbra la extinta Roma a través de los fragmentos de una vasija.

    Hemos tratado de mostrar las diversas causas por las cuales la no completitud puede marcar una obra artística o literaria. La más obvia y frecuente es la muerte prematura del autor, pero hay otras: la simple pereza, la súbita esterilidad creativa, el peso de la pertinencia social, la intención de fabricar un texto que muestre sus costuras, el laberinto de sentido de la intertextualidad, que acaso está implícito en todas las obras, y que las hace a todas incompletas en el fondo. Cualquier texto, y entiéndase texto en su definición más amplia, se hace fragmentario además en el instante de su recepción. No vimos el detalle del cuadro que quizás ilumina el título, dejamos a la mitad una novela o un cuento, leemos un poema y luego solo recordamos el final, empezamos a ver una película un día y la terminamos la semana siguiente. El arte está destinado a ser fragmentario porque es fragmentaria nuestra percepción de la realidad y nuestra memoria.

  • Miradas al Oriente
    Núm. 13 (2014)

    Upsalón desteje láminas del Este y suda el oro de su Averno. Habiendo descendido, quiere entender las refracciones y entrega sus lentillas a un mar de imágenes creci­das. Número maldito, de transiciones, en él la tinta pierde su anhelado ritmo. Caído en esas sombras, ejercitó su fuerza en lo invisible y ahora se avisa desde una eléctrica fiebre. Trozo de imagen macerada entre las furnias, esta revista es una herida: hay un hilo tanático y otro de reverencia sembrado en la sutura de sus páginas. Sabemos, en lo que testifica su entusiasmo, no la copa de líquido mármol sino un extraño pulso inextinguible.

  • Núm. 10-11 (2013)

    Upsalón crece, se ramifica o, como quiere Octavio Paz, se hace plural.

    Cuando Jorge Volpi empuña, para la literatura latinoamericana, las mismas cornetas que presagiara el ermitaño de Patmos, Upsalón se resguarda en la tentación cabalística –sesenta años del nacimiento, diez de la muerte–, en la incertidumbre de disolución que representa, de este lado, la figura de Roberto Bolaño. Sin comulgar con impostadas ceremonias de iniciación, ni seguir tendencias febriles, el homenaje quiere, desde distintos puntos de enunciación –la crítica idiota, la literatura menor, la decodificación de Los detectives salvajes, la mirada chilena o el buceo rocambolesco en las entrañas del DF–, sobre todo, converger (como converge, según Auxilio Lacouture, el secreto del mundo en las aristas que se cortan en un futuro 2666) en lo oportuno de inquirir: ¿cómo leer las marcas de lo latinoamericano en Bolaño? ¿Es acaso Bolaño el último escritor latinoamericano, el postrer estertor del boom? O, por otra parte, ¿de qué hablamos cuando hablamos de literatura en el continente tras 2666 o Los detectives?

    Este número ubicuo, que se sabe doble, inaugura además dos secciones: Travelling, dedicada al cine, y Paréntesis, sección variopinta que incluye textos oscilantes entre la reseña crítica y la reflexión metaliteraria. Queden ustedes enterados.

  • Núm. 6 (2009)

    ¡Conozca el coño! –así invita al público la performática Annie Sprinkle, para que miren dentro de su vagina todo lo que permita el espéc(tác)ulo, y para dinamitar mediante lo «hiperpornográfico» ciertas mitificaciones, que alimentan tanto la moralina como la masturbación. A esos saberes incita hoy Upsalón, y es como decir: husmee en el sexo, en su representación y en sus prácticas, incluso transaccionales; penetre en la lluvia dorada de disquisiciones teóricas que delimitan el erotismo de la pornografía, lo amoroso de lo perverso, lo X de lo XXX, lo lírico de lo obsceno..., en paravanes sucesivos afirmados por miríadas de censores y subvertidos, paralelamente, por los contextos y las eróticas de una encadenación de receptores: oidores y lectores, frotadores y voyeurs. 

    ¿Son pornográficos los manuales de sexología y las novelitas rosa?, ¿cuando se piensa en el desnudo se piensa en un cuerpo femenino?, ¿bajo «La Bella y la Bestia» se agazapa el mito de Psique y Eros?, ¿el falocentrismo tropical propicia la prostitución masculina, como ejercicio de poder?, ¿puede acusarse de pedófilo al hentai?, ¿es el amante verdadero un caníbal?, ¿cuánto semen se precisa para cimentar la historia de un país? La gama de preguntas se extiende como las gradaciones del goce (ante un ciruelo, una serie televisiva, una ciudad, los ventanales de una escuela, una muñeca ahorcada, un vencedor olímpico... y todos los objetos eróticos posibles). Ofrecida, Upsalón aventura más cuestionamientos que respuestas, y subraya ciertos espacios en blanco que quedaron por explorar (la invisibilidad del desnudo
    masculino y del orgasmo femenino, el intelectual orgánico entre el sexismo y la domiNación de la mujer, el cine del plano médico y la mirada pornográfica alternativa...). Así, se hallarán también en este número barricadas para grafiteros y anarquistas, huecos de cerradura y zonas de silencio en los que cualquier lector lo suficientemente mirón podrá hurgar e inscribirse a sus anchas, si es que se siente tentado, como Upsalón, por el poder (y el saber) liberador del eros.